miércoles, 23 de mayo de 2012

CAPÍTULO 15. LOS VECINOS IMPARES. V La naturaleza de Clementina

Las mujeres charlaban frente al puesto de la carne del mercado con un ojo en la conversación y otro en el mostrador donde estaba expuesto el género como si estuvieran tratando de descubrir algún misterio escondido entre las distintas piezas de carne. Así las veía Clementina. Ella miraba fijamente al frente, tratando de pasa desapercibida, pero al estar ligeramente por detrás del resto del público, tenía una buena panorámica del grupo. - Leo, espera un momento, que tengo ahí lo de tu madre. Despacho a esta señora y te lo saco. - Gracias, Jesús Leo ya había visto de lejos a Clementina con su abrigo color calabaza antes de llegar al puesto de la carne y las piernas le habían empezado a temblar inmediatamente y el corazón le latía muy deprisa. Ahora que estaba quieto, esperando su paquete, era mucho pero, porque sus piernas temblaban con mucha fuerza; cualquiera podría notarlo, pensaba él. ¿Ella le habría visto?. Y ahora, ¿qué tenía que hacer?, ¿acercarse y decirle algo? A lo mejor no le había reconocido, el otro día estaba tan malita que… De repente, Clementina giró la cabeza hacia donde estaba él, esperando tembloroso y rígido. Leo notó su mirada y, como respondiendo a un acto instintivo, volteó su cabeza hacia ella y sonrió con los ojos tanto como con la boca y pensó: qué suerte haberse levantado esa mañana, qué suerte que su madre no se sintiera bien y le pidiera que fuera él a la carnicería, qué suerte estar en el mundo a apenas doscientos metros de ella. Clementina no sabía porqué le devolvió la sonrisa a aquel chico del que le sonaba la cara, ¿pero de qué le conocía? A lo mejor era un vecino del edificio, aunque… no le recordaba o… sí. Lo que sí parecía seguro es que se habían visto antes. Las mejillas de Clementina iban tomando su acostumbrado color cereza pero, sin embargo, no podía apartar la vista de los ojos negros de Leo y tampoco podía dejar de sonreírle. - Hola. - Hola. - ¿Estás mejor?. - Sí, gracias. - Me gustó mucho tu casa. - ¿Mi casa?. - Si, ¿no recuerdas?. Te ayudé a subir. - Ah. - Y… a entrar. - Ya. - Y también… a meterte en la cama. - Si. - ¿Haber? – y Leo, obediente, extendió las manos para que ella las pudiera reconocer, primero con los ojos y después deslizando una de las suyas por una de las de él. - Así que eran tuyas. - Sí. - Aquí tienes, Leo. Te lo apunto, ¿no?. - Sí, luego viene mi madre a pagarlo. - Muy bien. - Gracias. - Bueno, me tengo que ir. - Adiós. - Adiós. Y Clementina se quedó allí inmóvil, con su mejillas arreboladas y con unas ganas inmensas de llorar, ¿por qué se había ido?, ¿se habría asustado?. No era capaz de entender porqué le había acariciado la mano. Tampoco sabía porqué, de repente, se sentía tan triste y abandonada. - ¿Quién va ahora?. Cómo podía echar de menos a alguien que no conocía. - Niña, ¿no te toca a ti?. - ¿A quién atiendo? - ¡A mí! - Dime, guapa, qué te pongo. - Una chuleta de ternera blanca. - Muy bien, una chuletita de ternera blanca, así de buena. ¿Y si no le volvía a ver nunca más? Tampoco sabía cómo se llamaba ni dónde vivía. Debía de ser alguien que estaba en el bar la mañana que se puso mala. - ¿Algo más?. - Sí, también cuatro filetes de cinta de lomo, pero me los cortas muy finitos. A lo mejor venía todos los miércoles a la carnicería a esta misma hora. Las seis y catorce minutos. Clementina cerró los ojos para apuntar mentalmente: “los miércoles a las seis y catorce”. Bueno, mejor sería volver el próximo miércoles un poco más pronto, por si acaso: a las seis en punto. - ¿Así están bien?. - Sí. - ¿Algo más? - Nada más. - Muy bien, bonita. ¿No quieres llevarte unos pinchos morunos? Son de los que se lleva Leo para el bar de su madre. - Muchas gracias. - Mira te pongo uno para que lo pruebes, a éste invita la casa. - Muchas gracias. Y Clementina cogió su bolsa y salió a la calle donde el cielo comenzaba a pintar una franja naranja pegada a la línea del horizonte y echó a andar hacia casa por el camino más largo que conocía. Sonreía. Le escocían los ojos, como si hubiera estado llorando durante mucho rato.

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