jueves, 10 de mayo de 2012

CAPÍTULO 12. LOS VECINOS IMPARES. I Violeta y Ámbar

Violeta cerró violentamente el libro y Ámbar, el gato negro, asustado, saltó desde la cama al suelo y se perdió pasillo adelante. Le había parecido oír el timbre de la puerta. Pero no, ahora que ponía atención, no. Tuvo que haber sido en la casa de al lado o en la de arriba o en su cabeza. Desde el día que Ámbar se escapó por la terraza y se pasó todo el día de zascandileo a pesar de la lluvia, Violeta había hecho notables progresos: sólo dormía hasta las nueve o diez de la mañana, luego simplemente se quedaba en al cama. También, empezaba a volver a hacer tres comidas al día, y eso ya era. El avance más notorio es que había puesto una lavadora el día anterior, es cierto que aún no la había tendido, pero eso sí que ya era. Sin embargo, la quietud y el silencio apenas envolvieron a Violeta unos minutos, y de nuevo aulló un timbre. Esta vez no era en otro piso, no era en su cabeza, sino que era allí, en su puerta. Trató de contener el rugido, que ahora volvía a repetirse, metiendo la cabeza debajo de la almohada, de la sábana y del edredón, aunque eso le costara tener que respirar con dificultad, pero de nuevo un tercer timbrazo y luego un cuarto y luego golpes en la puerta. Así que Violeta, corrió hacia la puerta y a través de la mirilla vislumbró un anciano, bastante alto y corpulento, que se sujetaba con dificultad en el marco de la puerta con ambas manos. -Perdone que la moleste, pero mi mujer…no se encuentra muy bien. Con esto del embarazo, anda todo el día agotada y no se puede levantar de la cama, a ver si no le importaría recoger a los niños cuando vaya a por el suyo; y así espero yo aquí al médico. Violeta no entendía nada. Siempre pensó que en la casa vecina vivía una señora mayor, sola. Tampoco sabía de qué le estaba hablando aquel anciano que se dirigía a ella con una extraña mirada, entre perdida y asustada; pero sin embargo, sus palabras sonaban con determinación, como intentando hacerse cargo de resolver con solvencia aquella situación. -Si quiere pasar a verla… Mientras el anciano intentaba explicar que a su mujer en todos los embarazos le pasaba igual, se agotaba con facilidad, agarró a Violeta del brazo con sus dos manos y la arrastró al interior de la casa de al lado. El anciano la condujo a través del salón hasta el fondo de la casa donde había un pequeño cuarto de estar y de allí a la habitación que estaba a la izquierda, pared con pared con su propia habitación. El dormitorio estaba en penumbra y en la cama estaba la señora mayor, ésa con la que Violeta había coincido alguna vez en el rellano y que siempre dio por sentado que vivía sola. Se acercó despacito a la cama y, enseguida, se dio cuenta de que aquella mujer, menuda de pelo blanco y rizado, que descansaba su cabeza hacia atrás en la almohada y tenía la boca media abierta, estaba muerta. -No sé dónde ha puesto esta mujer el teléfono del médico. Violeta, sin decir nada, obligó al anciano a sentarse en el sillón del salón, él parecía ahora más desorientado y asustado y la miraba en silencio, como intentando reconocerla. Violeta, de rodillas, se puso frente a él y durante unos segundos, allí observándole entendió que tenía que decir algo, lo que fuera, pero… ¿qué podía decir? -Rosa, mi pobre madre… me hubiese gustado despedirme de ella. Y mis hermanos sin llegar. Lo mejor es que baje a la cabina y avise al Santo Entierro, a ver qué solución nos dan, porque llevarla al pueblo, de ninguna manera, ya pueden decir mis hermanos lo que quieran, a ver qué hace ella allí solita, que no podamos ir a llevarla ni unas flores para los Santos. Violeta no sabía qué decir, sólo le cogió las manos al anciano que comenzó a llorar en silencio. -Los niños mejor que se queden con la vecina, Rosa. Le pasas los pijamas y que mañana los lleve al colegio con su chiquillo. Allí es donde mejor van a estar mientras esté aquí mi madre. -No te preocupes por nada, tú descansa aquí que yo me ocupo de todo. -Pero, Rosa, de qué vas a ocuparte tú en tu estado. Dejó al anciano sentado en el sillón y Violeta buscó por el cuarto de estar y por el pasillo hasta dar con un teléfono. Algo tendría que decir a quien fuera de lo que había pasado.

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