domingo, 10 de junio de 2012

CAPÍTULO 19. LOS VECINOS IMPARES: VI Los colores de Leo

La noche anterior la señora Clara se sintió cansada y con fuertes dolores de estómago. Antes de que fuera más tarde, a las once de la noche, llamó a su sobrina Nata para que al día siguiente ayudara a Leo en el bar. Nata, hija del hermano de la señora Clara, estudiaba en la universidad; así que, trabajar días sueltos siempre le venía bien: se libraba de la rutina de las clases y le proporcionaba algo de dinero que gastaba en cosas como bolsos baratos de plástico, salidas nocturnas y tatuajes, todo aquello que horrorizaba a sus padres. Leo entró por la cocina del bar con las bolsas de la carnicería sin una idea muy precisa de cómo debía sentirse tras el encuentro que había tenido con Clementina en el mercado. ¿Debía estar contento por haberla vuelto a ver?, ¿triste por la escueta conversación que habían mantenido?, ¿eufórico porque ella le tomó de la mano? Leo tuvo que dejar esta confusión aparcada al instante porque allí estaba su madre con el rostro algo más pálido de lo acostumbrado y sus ojos grises algo más brillantes de lo normal pero... allí estaba preparando el adobo del pescado para el menú del día siguiente. - ¿Has traído el magro para hacerlo con tomate? - Pero mamá, ¿no te ibas a quedar en casa? - ¿Y quién preparada el menú de mañana? Además, ya estoy mejor. - ¿Qué te ha dicho el médico? - Nada, los médicos siempre dicen lo mismo. Vamos, guarda lo que traes, ponte un delantal y ven para acá, que me vas a empezar a ayudar de verdad. - ¿Cocinar? - Sí, cocinar. Esto no debería ser difícil para tí. - Ya sé que te lo habré visto hacer cien veces pero... - Bueno, pues ya es hora de que empieces a ponerle atención. - Pero... - Deja de poner "peros" y empieza. Y Leo se puso un delantal por primera vez. Y se colocó junto a su madre frente a la encimera de la cocina y así, siguiendo sus indicaciones con respecto al orden y cantidad de las especies e ingredientes, preparó el adobo por primera vez. Y por primera vez, hundió sus manos en la mezcla que ya cubría los trozos blandos tratando de, cuidadosamente, colocar los de abajo arriba y los de arriba abajo para que todos se impregnaran por igual. No pensó que cuando terminara y dejara el pescado en la nevera para macerar fuera a sentir una gran impaciencia: ya quería que fuera mañana para ver el resultado. - ¿Y ahora? - Quítate el mandil y sal a la barra, que Nata se vaya ya para casa. Leo obedeció y mientras ya recogía algunos vasos y tazas de la barra y de las cuatro mesas, una nueva confusión se iba abriendo camino en su cabecita: ¿y su aquello de cocinar fuera algo parecido a la pintura? No sabía cómo ni de qué manera pero le pareció que... o no. En fín, ¿qué sabía él?.

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