domingo, 17 de junio de 2012

CAPÍTULO 21. LOS VECINOS IMPARES. VII Los colores de Leo.

Los viernes, los clientes que comían en el bar de la señora Clara acudían pasadas las tres de la tarde y alargaban la sobremesa con cafés y licores de hierba. Entre el ruido de la cafetera, se coló la sirena de una ambulancia y luego de otra. Ambas se detuvieron dos portales más allá, justo enfrente del de Clementina, por eso Leo no pudo evitar asomarse a la puerta del bar, eran casi las cinco de la tarde y había cierto trasiego de madres y niños que volvían del colegio y de señoras que tiraban del carro de la compra hacia el mercado. Pero nadie puso mucha atención a las ambulancias: en ese tramo de la avenida vivía mucha gente mayor, así que no era extraño verlas llegar a toda prisa con su escándalo de luces y sirena, dejando un rastro de perros aulladores, y marchar en silencio. - Leo, que dicen los del taller mecánico, que si no les vas a invitar a una ronda. - ¿Eh? - Los del taller, que como es viernes y muchos viernes les invita tu madre… - Sí, Nata, ponles una ronda. - ¿Qué ha pasado? - No sé. - Oye, Leo. - Qué. - Que por qué no te vienes luego conmigo a un concierto. - No sé, Nata. Leo continuaba allí apostado en la puerta del bar, sin quitar ojo al portal de Clementina, sin prestar la mínima atención a la voz de su prima. - Joe, te podías venir. Si te lo vas a pasar guay con mis amigos. - Ya. - ¿Oye? Nata, que no se conformaba con las respuestas vacías de Leo, salió con energía a la calle y se puso enfrente de su primo. - Leo, ¿te vas a venir, entonces? - ¡Que no sé, Nata, ya veré cuando recojamos! En ese momento, cuando Leo ya se disponía a reanudar su trabajo en el interior del bar, se apostó justo detrás de las ambulancias una patrulla de policía. Ahora sí que algunos vecinos empezaban a interesarse por el suceso y se arremolinaban junto al portal o se asomaban por las ventanas aquí y allá. Y justo entonces, cuando ya Leo se disponía definitivamente a abandonar su vigilancia, ella salió del portal, pero no en camilla, no, sino más bien primero azorada y luego con prisa de zafarse de la vista de los viandantes y vecinos curiosos. Clementina se perdió calle abajo. Leo volvió al otro lado de la barra y mientras colocaba sobre la bandeja los vasos de chupito y la botella de licor, sonrió pensando en Clementina saliendo del portal. Aquella noche, cuando ya estuviera todo el bar recogido, tendría por delante todo el tiempo del mundo y toda la cocina para él. ¿Cuál sería la comida favorita de Clementina?.

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