miércoles, 11 de abril de 2012

CAPÍTULO 5. LOS VECINOS IMPARES. Violeta y Ámbar.

Violeta Robles salió del sopor del que llevaba presa toda la mañana cuando eran casi las dos de la tarde. Lo supo porque por de la terraza de la cocina, se escurrían hasta el fondo de la casa los olores de los guisos de toda la escalera. También porque justo debajo de su ventana escuchó el chirrido del cierre metálico de la panadería. Toda la mañana había estado escuchando también, entre sueños, el repìqueteo de la lluvia sobre el tejadillo metálico de la terraza; la lluvia y la matraca de autobuses que pasaban por la avenida sin dejar fluir tranquila el agua de la calzada hacia las alcantarillas. Tal vez habría dejado la puerta abierta y, si el gato no estaba por allí, bien tumbado en la almohada peinando con sus zarpas los mechones de su pelo desparramado o sobre su barriga adormilado, era porque se había vuelto a escapar. ¿Qué gato en sus cabales saldría con el agua que había estado cayendo?

Podía distinguir el olor algo rancio del cocido que cada jueves preparaba Esperanza, la fritanga de los filetes rusos de Inma, que era lo único que comían sus chiquillos con cierta solvencia, cosa de la que ella misma se quejaba insistentemente en esas conversaciones de tendedero cargadas de una falsa familiaridad.

Violeta decidió incorporarse de la cama. Fue el hambre lo que la animó. El hambre y la curiosidad por saber si el gato estaría adormilado encima de la ropa limpia, como era su costumbre, o si estaba tan fuera de sus cabales como para haberse escapado. El salón permanecía en esa penumbra tristona y grisácea de los días nublados; los platos de la cena y algún vaso sobre la mesita baja. Allí en la terraza las puerta estaba entornada, así que se disiparon todas sus dudas; se vistió con una rapidez inusual en ella desde hacía unos cuantos días y sin pensarlo dos veces cogió el llavero de los peces y marchó a la calle en busca de Ámbar.

Hacía rato que había dejado de llover, pero el cielo estaba muy muy oscuro, como si se fuera a hacer de noche. Se limitó a caminar despacio hasta completar una vuelta a la manzana, después se sentó en uno de los bancos que en hilera recorrían la calle, en el próximo a su portal. Decidió quedarse allí sentada, esperando, al menos mientras no lloviera. Ella era muy buena esperando.

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