sábado, 31 de marzo de 2012

CAPÍTULO 4. LOS VECINOS IMPARES. II Los colores de Leo.

Pero si Leo era un poco atolondrado era solo porque le llamaban la atención con mucha fuerza los colores. Él nunca había visto a nadie pintar ni se había criado entre artistas ni cuadros ni mucho menos; sino entre comida. Sólo le gustaban los colores, es todo. Animado por Bernardo, uno de los parroquianos del bar de la señora Clara y pintor aficionado, había empezado a tomar clases de pintura, aunque la primera lección no fue lo que Leo esperaba.
- Ya estoy.
- Muy bien.
- ¿Y ahora?
- Pinta.
- Ya pero...
- Observa y pinta.
- ¿El qué?
- ¿Qué va a ser?
- Yo pensé que usted me iba a enseñar. Cuando usted me preguntó si quería aprender a pintar yo pensé...
- Que yo te iba a enseñar.
- Claro.
- Pero, Leo, yo sólo sé pintar, no enseñar.
- ¿Entonces?, ¿ahora qué hago con el caballete y con los lienzos y toda esta pintura? Me he gastado todo lo que tenía.

Bernardo escuchaba las quejas de Leo sin apartar los ojos de su lienzo.
- YO sólo puedo decirte las cosas que hice yo para aprender.
- Claro, pero es que usted tiene talento. Si yo lo tuviera ya habría pintado algo.

Bernardo se mantuvo fiel a su actividad paleta y pincel en mano mientras se reía a carcajadas.
- Esto va a ser divertido.
- No hace falta que se ría de mí.
- Yo no sé nada de esas cosas.
- ¿Qué cosas?, ¿pintar?
- De eso que tu llamas talento. Yo sólo sé que un día quise pintar y tuve valor para hacerlo. Ahora sé valiente: dedícate a observar y cuando estés preparado pinta.
- ¿Qué tiene que ver el valor con la pintura? ¡Ahora sí que no entiendo nada!
- No entiende nada, pero hazlo en silencio.

Leo se levantó del pequeño taburete que componía su set de pintor y empezó a recoger sin dejar de mascullar más que resentido con tu fallido maestro. Descendió penosamente la montañita de césped tirando del taburete, de la bolsa con las pinturas y del caballete. Atravesó el parque y cruzó la calle en dirección al bar de la señora Clara, recorrido que completó con gran velocidad, gracias a la irritación que le había producido la primera lección de pintura.
Entró en el bar por la puerta trasera. Los visillos blancos de la ventana de la cocina bailaban al airecillo ligero y fresco de los primeros días de octubre.

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