sábado, 21 de abril de 2012
CAPÍTULO 8. LOS VECINOS IMPARES: Solo de trompeta.
Rosa se esforzaba en terminar de freír las rosquillas; porque desde que le hicieron la operación de la cadera, no llevaba muy bien estar mucho tiempo de pie. Pero lo que tenía todo el día era un nudo en el estómago. La comida no le pasaba desde hacía días, ni siquiera ese guiso de pasta con pimiento y zanahoria que aprendió de su suegra allí en Nador. Era como los fideos guisados que se hacía en su pueblo, pero ella lo hacía con macarrones, por eso de que era francesa, pensó siempre Rosa. Y ella lo hacía de tal manera que aguantaban estupendamente para la cena. Le echaba pimienta en grano y, aunque la pimienta no le hacía gracia a Rosa, siempre le gustó tanto a él, que no poner algunos granos, era como si él no contara ya en esa casa. Pero claro que él contaba, contaba tanto… La vida giraba entorno a él, a sus despertares, su apetito, sus ganas de hablar y, sobre todo, del año de sus vidas en el que amanecía. Había días tristes en los que él ni se inmutaba y había días mágicos en los que él vivía en los años en los que ellos eran unos recién casados que viajaban por Marruecos con la banda de un hotel a otro, él siempre pegado a su trompeta, fueran a donde fueran. Incluso las últimas veces que viajaron para pasar las navidades con el mayor, no había manera de que lo dejara en casa. Este hombre siempre ha sido muy cabezota. Es muy cabezota. Siempre en esta casa se ha hecho lo que él quería. Y luego también ha sido siempre muy celoso, hay cosas que no le gustaban y no podía ser. Ni en las bodas le gustaba que bailara con otros, ni con sus primos, o con un cuñado. Con nadie, ni siquiera con él, que no le gustó nunca bailar. Pero siempre hubo amor.
A medida que Rosa sacaba las rosquillas de la sartén, las pasaba por un platillo donde tenía preparada una mezcla de azúcar fina con canela. Luego, las colocaba con mucho cuidado en una caja de lata, que después precintaría y empaquetaría afanosamente para acercarla a correos mañana, mientras estaba en casa la chica de la asistencia. Estaba deseando acabar y sentarse en el sofá un ratito al lado de él, que había estado todo el día sin abrir la boca.
Por eso es que Rosa llevaba todo el día con ese nudo en el estómago.
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