martes, 20 de marzo de 2012

CAPÍTULO 2. LOS VECINOS IMPARES. Los colores de Leo

Leo se entusiasmó el día que empezó a percibir los objetos, los rostros, las manos, las luces y los colores de una manera distinta. Una taza encima de la barra eran contornos que iban del blanco lechoso de la porcelana a los grises que delimitaban de nuevo con el blanco brillante del mármol, sin dejar pasar por alto las sombras, a un lado u otro. Para la señora Clara aquel estado de embobamiento en que entraba su hijo era inaceptable y motivo de reprimenda que se iniciaba con un buen pescozón que devolvía a Leo al mundo en que una taza es una taza y si está encima de la barra hay que recogerla inmediatamente, fregarla, secarla y colocarla junto a la cafetera, en la parte de atrás si es de media o en parte delantera si es de las pequeñas.
- ¡Vamos, Leo, ya está bien de mirar a las musarañas!, ¿te crees que la taza se va a recoger sola? ¡Buen había tengo contigo!

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