Cara y manos con churretes del bocadillo de la merienda en la tarde del jueves.
Dos sugus de fresa apretados en la mano.
Jugábamos a correr atravesando una y otra vez la plazoleta de tierra. Tramos percutidos una y mil veces por nuestras zapatillas baratas, por nuestros zapatos los domingos por la mañana siempre borrosos por el polvo.
Un imperio en propiedad de cinco a nueve.
Perros solos, sin dueño.
Ropa tendida al sol bailando sólo reprimida por las pinzas de madera.
Bicicleta BH.
Balón de reglamento.
Al caer la tarde sombras de tarea por hacer, de inquietud por las almas que se apostaban en las esquinas y que deambulaban escuálidas provocando lágrimas de madres.
Hombres que regresaban del tajo caminando desde la estación de metro.
Novios con motos ruidosas siempre a punto de desarmarse, acompañaban hasta su casa a las aprendizas de mercería.
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